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La historia de Hank: la realidad del trastorno bipolar

El trastorno puede durar toda la vida e incrementar el riesgo de muerte.

Escrito en MENTE SANA el

“Me desperté con la boca seca. Me quedé con la mirada clavada al techo como cinco minutos y después me paré para ir al baño. Me vi en el espejo, me arrepentí y me regresé a mi cama.  Intenté acordarme de lo que había pasado, pero sabía que no me iba a acordar. Ya nunca me acordaba. Era sábado y estaba crudo. Sentí la impotencia de saber que iba a tener que sufrir la cruda otra vez. La taquicardia, la temblorina, el sudor, el miedo de morir, etc. No sé por qué me daba un miedo profundo de morir. Luego tenía como mini infartos en los que sentía que me desmayaba por dos segundos y luego un golpe de adrenalina y se me iba el aire. Esto pasaba como cada media hora. Había investigado, en mi paranoico intento por salvarme, que eso pasaba por la ansiedad y entonces todos estos síntomas nada más eran eso, ansiedad. Tuve que checar si mi cartera y mi celular existían. Volteé a mi buró y ahí estaban junto a una cajetilla de cigarros arrugada”. 

Hank tiene 26 años y fue diagnosticado a los 19 con trastorno bipolar, un trastorno que, de acuerdo cifras otorgadas por la Organización Mundial de la Salud (OMS), afecta a cerca de 60 millones de personas en todo el mundo. El trastorno bipolar se caracteriza por episodios maníacos y depresivos alternados y separados por periodos de estado de ánimo normal.

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¿Qué es el trastorno bipolar?

El National Institute of Mental Health (NIH), señala el trastorno bipolar (TB) como una enfermedad grave del cerebro que también se conoce como enfermedad maníaco depresiva o depresión maníaca que se pueden presentar en cualquier persona y cuyos síntomas comienzan a manifestarse en la etapa de adolescencia tardía o la adultez temprana, no obstante, también puede presentarse en niños y en adultos mayores.

¿Episodio maníaco o depresivo? Las personas con TB presentan cambios drásticos en el estado de ánimo; a veces se sienten muy felices o animados y se muestran con más energía y actividad, lo cual se conoce como episodio maníaco, en cambio, está el otro extremo: pueden sentir tristeza profunda, depresión, poca energía, lo cual los hace menos activos y se conoce como episodio depresivo. Hank cuenta su experiencia con el trastorno:

 “Cuando cumplí 16 años, no tomaba y no me drogaba. Solamente lloraba. Ir a la escuela era un martirio. Había veces que me tenía que cargar mi papá hasta el coche porque no me podía mover. Literalmente estaba paralizado en mi cama. Que no se confunda el terror con la flojera. Flojera es no querer levantarte de tu cama. Terror es no poder mover tu cuerpo para levantarte. Ir a la escuela era esconderme en el baño en el recreo para que no me vieran solo. Era hacerme el dormido en las clases para que, los que hacía un año habían sido mis amigos, no se burlaran de mi enfrente de todo mundo. Era recibir insultos y no poder defenderme porque no salían palabras de mi boca. Se me paralizaban todos los músculos faciales hasta el cuello y me quedaba sin aire. Esto producía más burlas. Las cosas no siempre habían sido así. Como es natural a esa edad, sentía que lo tenía todo porque tenía el respeto de todos. Viéndolo a retrospectiva, era cierto. Ese año, cuando regresamos de vacaciones de semana santa, de repente todo perdió sentido".

 

El aislamiento

"En cuestión de tres meses toda mi energía y mis ganas y mi alegría se fueron. Me quedé vacío. Me sentía como si me hubieran anestesiado. Dejé de hablar con la gente. Me alejé. Cuando mis amigos me buscaban les decía que me dejaran solo. Que ya no me caían bien. No sabía por qué me sentía así. No entendía qué pasaba conmigo. Simplemente quería dormir y que me dejaran en paz. Mis papás no sabían que hacer. Intentaban resolver el problema diciéndome que tenía que salir más de mi cuarto. Por alguna razón ya no toleraba la luz. Pasé todo ese verano leyendo. No quería hacer nada más. Pensaba que estaba pasando un proceso de maduración muy raro. Estaba por cumplir dieciséis y le empezaba a creer a mi mamá que eso era normal en los jóvenes. Cuando empezó el siguiente año escolar la actitud de todos mis compañeros hacia mí, cambio. Cada vez era más hostil. Al principio yo me alejaba y después ellos me excluían. Me empecé a sentir solo. Me ponía nervioso y me costaba mucho interactuar con las personas. A nadie le cae bien alguien que todo el tiempo esté de malas. Entonces ya no le caía bien a nadie. Se empezaron a burlar de mí. Regresaba todas las tardes a mi casa a llorar. ¿Qué me había pasado? Mis papás me preguntaban por qué ya no iba con mis amigos. Ir a la escuela se había vuelto insoportable. Me daba muchísima pena decirles a mis papás lo que me pasaba porque siempre me habían visto como su hijo prodigo. Empecé a ir a fiestas y aunque me sentía excluido, por lo menos podía hablar con otra gente. Ahí fue cuando encontré la medicina para mi ansiedad y mis miedos. Cuando tomaba no me sentía tan excluido e inferior. Podía platicar. En ese entonces fue cuando mi mamá, en contra de la opinión de mi papá, me empezó a llevar al psicólogo. Me diagnosticó con depresión clínica, más tarde el diagnóstico cambiaría a trastorno bipolar, me mandó con un psiquiatra que me recetó Rivotril”.

El tratamiento

Luego del diagnóstico, el psiquiatra decidió prescribir para Hank, un tratamiento con Rivotril. El medicamento tiene como sustancia activa clonazepam que tiene indicación terapéutica el trastorno de pánico con o sin agorofobia, trastornos obsesivo- compulsivos, crisis mioclónicas, crisis de ausencia, estrés postraumático, fobia, social, entre otros. No obstante, el medicamento tiene reacciones adversas importantes, por ejemplo, cansancio, astenia, soñolencia, debilidad muscular, mareo, boca seca, ataxia, depresión, inquietud, confusión, amnesia, boca seca, entre otros, para, posteriormente modificar el tratamiento:

“El psiquiatra, después de mi diagnóstico de trastorno bipolar, me cambió de medicinas y me quitó el Rivotril. Lo cual fue una verdadera desgracia. Me recetó mil y una medicinas y ninguna me servía. Intenté varias veces dejar de tomar para que las medicinas hicieran su efecto, pero solo empeoraban las cosas. Ya no tenía el escape del viernes y el sábado. Tampoco tenía el Rivotril de la semana que hacía los días más cortos y menos pesados. Entré a la universidad porque era lo que quedaba hacer. Después de varios intentos con todas las medicinas psiquiátricas del mundo, me convencí, porque me quería convencer, de que el alcohol y el Rivotril eran las únicas que me funcionaban. Realmente mi vida giraba alrededor de dos cosas: llegar a dormir y llegar al fin de semana. Lo demás era tiempo que tenía que matar. Sobrellevaba la universidad con el mínimo esfuerzo. La verdad es que no tenía nada de energía. ¿Dónde había quedado mi energía?”

 

¿Para toda la vida?

Los médicos no conocen con exactitud las causas de trastorno bipolar, pero hay varios factores que pueden contribuir a la enfermedad, entre ellos la genética, pero es importante aclarar que, si alguien en la familia presenta el trastorno, no significa que otros miembros de la familia también lo presentarán. Por lo general, la enfermedad dura toda la vida. Hank vivió las consecuencias más graves del trastorno:

“Cuando me desperté estaba en el hospital. Tenía uno de esos plásticos que te ponen en la boca para que respires. Abrí los ojos y vi a mi papá. Intenté decir algo y no pude. Me volví a quedar dormido. Cuando me desperté de nuevo me di cuenta de que tenía un yeso en la nariz. Me ardía la cabeza. Pasé un tiempo viendo al techo sin moverme. Después entró mi mamá. Estaba llorando. Luego entró mi papá. Quería decirle algo, pero no podía hablar. Intentaba, pero no podía mover la boca. Los dos se sentaron. Mi papé puso la cara entre sus manos. Después de un rato vino la enfermera, me vistieron y me llevaron en silla de ruedas a la camioneta de mi papá y después a la casa. Me di cuenta de que era algo bueno que no pudiera hablar. No quería, ni tenía nada que decir. Lo que había pasado era obvio. No necesitaba que nadie me lo dijera. Cuando llegamos a la casa la expresión de preocupación de la cara de mis papás se volvió en una de enojo. Aún así no decían nada. Gracias a dios.”

Luego del episodio anterior, pasó un mes en el que Hank no salió a ningún lado más que a la universidad. La psiquiatra del hospital había tomado la decisión de recetarle Tafil, por ello, solamente dormía y de repente asistía a clases, no hablaba con nadie y los demás tampoco le hablaban.

Hank recuerda también que cuando se sentía mal, tomaba una pastilla y dormía.; para él, los días y las noches habían perdido sentido y nada se sentía real, finalmente comparte:

“Un día fui al doctor y me quitó los tubos de la nariz y me dijo que no podía fumar por dos meses. Fue ahí cuando volvió la realidad. Tuve que retomar mi semestre y por obra de magia pasé mis materias estudiando las noches antes del examen. No tenía mucho de que sentirme bien, pero sin esfuerzo pasaba mis materias y eso se sentía bien. Al cabo de un rato regresé a la misma rutina. A mis papás les dejó de importar. Ya se habían cansado. Mis papás me dejaron de hablar. Luego mi hermana. Luego mis amigos. Al final me volví muy predecible. Odiaba a todo mundo. Como nada tenía sentido, tomaba para encontrarlo. Como no lo encontraba, tomaba más. Luego, me cansé de buscar. Como ya no tenía nada que hacer, agarré todas las pastillas que tenía y dos botellas de whisky. Me quería vengar.”

¿Cómo ayudar a una persona con TB?

Además de los problemas asociados con el trastorno, las personas padecen episodios anímicos muy intensos que pueden derivar en síntomas psicóticos; la psicosis impide que las personas puedan distinguir lo que es real de lo que no lo es.

No es fácil diagnosticar el trastorno bipolar y los problemas que causa pueden dañar la vida y relaciones de quienes lo padecen, tanto así que impide mantener un empleo o limita el desempeño en sus estudios.

Las personas pueden vivir con TB sin saberlo y los especialistas pueden confundirlo con enfermedades como esquizofrenia y depresión.

El tratamiento incluye medicamentos, terapia y algunos suplementos naturales, sin embargo, siempre deberá ser valorado por el médico tratante quien hará uso de la historia personal para tomar decisiones.

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Ayudar a un amigo o familiar con el trastorno implica primero consultar con un médico que brinde un diagnóstico y tratamiento oportunos y adecuados.

Se requiere paciencia, escuchar a la persona con TB, ser comprensivo, y considerar crisis y episodios anímicos que puedan representar una emergencia.