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La fuerza del Deseo

El principal deseo de ser uno mismo se logra a partir de reconocer que todos mis anhelos son parte de mí

Escrito en OPINIÓN el

 Uno de los grandes poderes del ser humano es el poder de desear. El deseo es una fuerza, un impulso que expresa nuestros anhelos más profundos. George Bataille, por ejemplo, afirma que hemos perdido nuestra dimensión sagrada alejándonos de nuestra intimidad y hemos quedado atrapados en un mundo desvitalizado, superficial y de trabajo, negándonos, entre otros, al mundo del deseo el cual surge naturalmente del interior. 

El poder de las sociedades surge del deseo de sus integrantes y cuando las instituciones de una sociedad quieren manipular este deseo para dominar a su población, reprimen los deseos de la gente y le enseñan a desear lo que les venden como deseable. 

Así, el poder de la institución emana de la represión del deseo de aquellos que se adhieren a un deber ser ajeno, que no surge de la propia libertad de conciencia pues ésta es adiestrada, desde muy temprano, a pensar de acuerdo con las instituciones que quieren gobernarlos, reduciendo así, la capacidad de pensar, reflexionar, conocer, etcétera.

La familia es un centro de poder que reprime la conciencia de sus miembros o cuida que esa conciencia vaya ampliándose y fomentando el conocimiento en cada uno de sus miembros. Una madre o un padre que censura los deseos de su hija o hijo refleja la falta de aceptación que tiene por ese nuevo ser, refleja su propia represión y prejuicios y los trasmite así. 

Nos hacen creer que nuestros deseos son malos, inconvenientes, vergonzosos, egoístas, etcétera. Renunciamos a muchas experiencias por ello, a dar un beso, a hacer propuestas, a expresar lo que sentimos, a evitar cumplir nuestros anhelos.

A su vez, aprendemos a hacer lo que no deseamos y ahí entramos al ámbito de una domesticación que resulta, en ocasiones, funcional pero que no obedece a nuestros legítimos intereses. Así, se desencadena una búsqueda por satisfacer deseos surgidos del deber ser inculcado y se va gestando una sensación de insatisfacción y vacío en algún grado. 

Las típicas frases de “no puedo”, “no soy suficiente”, “no valgo nada”, hablan de que en algún momento aprendimos a vernos como carentes de algo que siempre está por completarse, pero que nunca se logra. Sin darnos cuenta, buscamos esa otra mitad que nos “ayudaron” a negar. 

Nacemos completos, abundantes y valiosos y esto no se pierde durante la vida, pero creemos que sí. Se aprende a juzgar con una vara alta y sin comprender nuestros fondos llegamos a conclusiones miserables con respecto a nosotros y muchas veces con respecto a otras personas.

Así, el deseo ya domesticado resulta ser el reflejo de “nuestra carencia” y no es la voz de mi poder de desear de corazón, sino se convierte en la necesidad que debo satisfacer para tener la aceptación externa. Se adoptan “valores” que no son nuestros en principio, pero que en el camino decidimos asumir y muchas veces los vemos ya como nuestros y nos aferramos a ellos.

El principal deseo de ser uno mismo se logra a partir de reconocer que todos mis anhelos son parte de mí, me reflejan y son válidos y requerimos de acompañamiento para comprenderlos y darles expresión de la mejor manera. 

Lo importante es conocerse con profundidad y tener la libertad de manifestar todo aquello que es cada quien. Como padres y madres enseñar a nuestros hijos y a prender junto con ellos a comprender como guiar su vida en libertad y bienestar, a luchar por sus deseos y sueños y a no pasar por arriba de nadie ni permitir que nadie pase por encima de ellos.

Y tú. ¿reconoces y respetas tus deseos y los ajenos?