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El fraude y el defraude emocional: similitudes y diferencias

Este fin de semana sufrí uno de esos primeros, en donde fue un tercero desconocido quien se metió a mi cabeza a través del celular

Escrito en OPINIÓN el

Generalmente, al escuchar esta palabra, me viene inmediatamente a la mente el adjetivo “electoral”.  Pero en realidad fraude no sólo hay en la política. Puede haber de muchos tipos y desafortunadamente todos estamos expuestos a sufrir de algún tipo de fraude por terceros desconocidos. Pero, aclaro, también estamos expuestos y vulnerables a que nos de-fraude gente en quien confiamos. Lo que nosotros imaginábamos como real, resulta que no lo era: desde el amor que se supone que alguien sentía por nosotros y no fue suficiente; hasta lo que alguien nos prometió que haría y no hizo.

Este fin de semana sufrí uno de esos primeros, en donde fue un tercero desconocido quien se metió a mi cabeza a través del celular. Lo primero que hice al darme cuenta que no era cierto todo ese escenario que fui construyendo junto con él, fue decirme “qué tonta soy”, y “cómo no me di cuenta”. Creo que ésa es una forma en que solemos enfrentar la pérdida que pudimos haber evitado. Decidí que yo tendría que haber sido más inteligente y haberme dado cuenta que era un fraude.  Lo de “¡qué malditos!” lo pensé hasta que una amiga a quien se lo conté lo dijo.  Yo preferí criticarme a mí y no al otro.

(Foto: Pexels)

El sábado fue mi cumpleaños, así que recibí varias llamadas.  Por eso contesté incluso un número desconocido.  Me saludó con confianza diciendo que tenía que saludarme este día y que qué gusto escucharme después de tanto tiempo (yo asumí que hablaba para felicitarme - cada quien incluye las circunstancias que lo rodean y que le dan sentido a lo que está escuchando).  Le pregunté quién hablaba y cuando me reclamó, -jugando- que cómo no lo reconocía, empecé a intentar saber quién era.  Me sonó un poco el tono y después de varias veces, accedí a intentar un nombre, pues me daba pena no saber quién llamaba.  

“Pepe” dije.  “Ése mero”, contestó.  Asumí que sí era, pero le dije que por qué sonaba tan ronco, que si estaba enfermo.  “No..  es que …. Me da mucha pena, pero es que, ¿qué crees?  Acabo de chocar y tengo un problema, porque un autobús me desvió y por no chocar con él, choqué con el coche de junto, en el que venía manejando una señora con una niña chiquita, sin cinturón y la niña sí se descalabró feo”.

Después de preguntarle, me dijo que ya se habían llevado a la niña al hospital, pero que para que no se llevaran su coche y lo detuvieran, era mejor darle un dinero a la señora para la atención de la niña y luego se lo repondría el seguro.  (Incluyen en la historia a alguien vulnerable, por si no es suficiente la vulnerabilidad en la que se encuentra quien supuestamente está llamando).

(Foto: Pexels)

Después de un buen rato de marearme con información, yo asumí que estaba muy nervioso. Me dijo que se había roto el labio y que por eso hablaba mal. Yo me puse nerviosa por él y pensé en ayudarlo. Habiendo trabajado varias veces en intervención en crisis, le pedí que parara un momento, respirara y pensara bien si de verdad necesitaba entregarles esa cantidad de dinero (yo asumiendo que él corría riesgo de que lo estafaran, pero estaba segura que él me pagaría. Pensé también en mi relación con él.  Es un buen amigo y nunca me pide nada… ¿cómo iba a fallarle esta vez?). 

Total, le dije que le haría la transferencia.  Me dio el número que era supuestamente de la señora.  Me dijo que le marcara en cuanto lo hiciera, y así lo hice.  Incluso le llamé antes para checar que fuera el número correcto de la cuenta para que no lo hiciera a alguien más (estando nervioso, pensé que se podría haber equivocado). 

Desde hace varios años, yo sé que si alguien habla y me dice que tiene secuestrado a un familiar, debo verificar que esa persona supuestamente secuestrada está bien y entonces colgar. Claro que de repente también dan ganas de hacerle saber al otro lo enojados que estamos y que no somos “ningunos tontos” y desquitar ese enojo.  Pero cuando no te la sabes, es fácil que caigas en el engaño.

(Foto: Pexels)

Este tipo logró pasarme su nerviosismo que, al yo asumir que era de mi amigo, me preocupó.  Yo intentaba que no le fueran a robar a él… y con eso, puse toda la atención en cuidarlo a él y no en cuidarme a mí.

¿La solución? En este caso desafortunado, también desafortunada la solución: confiar un poco menos en nuestra percepción y verificar más con la realidad.  No proponer nombres de quién crees que es en el teléfono -aunque caigas mal- y saber que tu percepción es falible, igual que el del resto de los seres humanos. Existen muchos experimentos de cómo se puede engañar a la percepción y hasta a la memoria…  Esto regularmente sirve para poder tomar decisiones más rápido.  Pero justamente esta ventaja, también se vuelve vulnerabilidad, pues nos agarra desprevenidos.  

Y creo, además, que también se vale ser un poco más compasivo con uno, y no juzgarnos tan duro. Esto le puede pasar a cualquiera. Ésa es la razón para compartir esto que sucedió:  para que quien lo lea esté alerta y no se deje engañar tan fácilmente.  Igual que el engaño en un juego de percepción en donde una figura que antes veías sólo como pato, cuando te indican dónde está el conejo ya no lo puedes dejar de ver… así tendremos las antenas más paradas y reconoceremos un intento de fraude antes de que nos suceda.