El apetito no siempre responde a una necesidad fisiológica. Muchas veces, nuestras elecciones alimenticias están impulsadas por un concepto conocido como “apetito hedónico”, que se refiere al deseo de comer alimentos por placer más que por hambre. Este comportamiento, aunque común, está profundamente arraigado en circuitos cerebrales que dificultan mantener un estilo de vida saludable y apegarnos a dietas equilibradas.
El apetito hedónico está regulado por sistemas neuronales en el cerebro, especialmente aquellos relacionados con la recompensa, como el sistema dopaminérgico. Cuando consumimos alimentos ricos en azúcares, grasas y sal, se activan regiones cerebrales como el núcleo accumbens y la corteza prefrontal, liberando dopamina, el neurotransmisor del placer. Este proceso genera una sensación de recompensa que puede reforzar el deseo de repetir la experiencia, incluso cuando no tenemos hambre.
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Además, la interacción entre el hipotálamo, que regula el hambre fisiológica, y el sistema de recompensa puede generar una lucha interna. Mientras el hipotálamo intenta mantener el equilibrio energético, los circuitos hedónicos impulsan el consumo de alimentos calóricos y poco nutritivos.
Circuitos cerebrales del apetito hedónico o placentero
La voluntad de comer sano suele ser insuficiente para contrarrestar la fuerza de estos circuitos cerebrales. Esto se debe a que el sistema de recompensa del cerebro está diseñado para priorizar actividades placenteras que favorecen la supervivencia, como comer. En la actualidad, la abundancia de alimentos altamente procesados y fácilmente disponibles exacerba esta tendencia.
Otra barrera importante es la corteza prefrontal, la región del cerebro encargada de funciones ejecutivas como la planificación y el autocontrol. En situaciones de estrés, fatiga o falta de sueño, esta área pierde efectividad, lo que disminuye la capacidad de resistir los impulsos hedónicos.
Comprender los mecanismos cerebrales que subyacen al apetito hedónico ha llevado al desarrollo de estrategias terapéuticas tanto farmacológicas como psicoterapéuticas que pueden ayudar a las personas a recuperar el control sobre su alimentación.
- 1. Tratamientos farmacológicos:
Algunos medicamentos se han diseñado para modular el sistema de recompensa y reducir el deseo compulsivo por alimentos placenteros. Por ejemplo, fármacos que regulan la liberación de dopamina o que actúan sobre los receptores opioides pueden disminuir los antojos. Sin embargo, su uso debe estar siempre supervisado por un profesional de la salud, ya que pueden tener efectos secundarios.
- 2. Intervenciones psicoterapéuticas:
La terapia cognitivo-conductual (TCC) ha demostrado ser eficaz para modificar patrones de pensamiento y conducta relacionados con el apetito hedónico. Esta terapia ayuda a las personas a identificar desencadenantes emocionales o ambientales que los llevan a comer por placer y a desarrollar estrategias para manejarlos.
- 3. Estrategias de mindfulness:
La atención plena o mindfulness han generado una forma de comer conocida como “alimentación consciente”. Esto puede ayudar a las personas a reconectarse con las señales de hambre y saciedad de su cuerpo. Al practicar comer de forma consciente, se puede reducir la tendencia a comer de manera automática o por impulso.
Si bien los circuitos cerebrales pueden hacer que comer sano sea un reto, no es una tarea imposible. Combinar cambios de hábitos, apoyo terapéutico y en algunos casos, intervenciones farmacológicas, puede marcar la diferencia. Además, educar a las personas sobre la influencia del apetito hedónico en sus elecciones alimenticias es crucial para fomentar estilos de vida más saludables.
El camino hacia una dieta equilibrada no solo implica fuerza de voluntad, sino también estrategias respaldadas por la ciencia que aborden los factores biológicos y psicológicos implicados. Al entender mejor cómo funciona nuestro cerebro, podemos dar pasos más firmes hacia el bienestar.
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