En muchas familias, los gritos forman parte de la comunicación cotidiana. Desde las conversaciones entre los padres hasta la dinámica de educar a los hijos, es común que las frustraciones y desafíos se expresen a través de los gritos. Pero, ¿cuáles son las consecuencias de educar con gritos según la psicología? Te decimos lo que sucede en su cerebro.
Aunque esta práctica puede parecer inofensiva o incluso necesaria para hacerse escuchar, la psicología advierte sobre las graves consecuencias que tiene para el desarrollo emocional y cerebral de los niños.
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Consecuencias de educar con gritos, según la psicología
Según EnMente Psicología, el grito, desde un punto de vista biológico, es una señal de alarma. Al escucharlo, el cerebro interpreta una amenaza inmediata, activando la amígdala, responsable de las respuestas de lucha o huida. Esto provoca un estado de alerta constante en el niño, liberando adrenalina de forma sostenida y generando estrés crónico.
Cuando un niño crece en un entorno en el que los gritos son frecuentes, su cerebro se adapta para defenderse de esta agresión constante. Esto puede derivar en respuestas agresivas, defensivas o en una inhibición emocional. Además, el estrés crónico asociado a este tipo de educación afecta directamente al equilibrio emocional del niño, dificultando su capacidad para manejar emociones y relaciones de manera saludable.
Según un estudio del departamento de psiquiatría de la Escuela de Medicina de Harvard, los gritos, el maltrato verbal y la humillación pueden alterar permanentemente la estructura cerebral infantil. Uno de los hallazgos más relevantes de esta investigación es que los niños expuestos a gritos frecuentes presentan una reducción significativa en el cuerpo calloso, la parte del cerebro que conecta ambos hemisferios.
Esta alteración afecta la integración de los hemisferios cerebrales, provocando inestabilidad emocional, problemas de atención y cambios de personalidad marcados. Además, la exposición constante a los gritos se ha asociado con síntomas depresivos, ansiosos y trastornos de conducta en la adolescencia.
Los niños criados en un ambiente de gritos suelen replicar este estilo de comunicación en su vida adulta. Es común que estas personas hablen con un tono elevado y sean percibidas como agresivas o intimidantes, incluso sin ser conscientes de ello. Además, las dificultades para gestionar emociones y conflictos pueden complicar sus relaciones personales y profesionales.
Cómo educar sin gritos
Según los psicólogos, transformar un entorno familiar basado en los gritos requiere tiempo, autoconciencia y paciencia. Y algunos pasos clave para cambiar son:
- Autoobservación: Identificar los momentos en los que tendemos a gritar y los factores que desencadenan esta reacción.
- Control emocional: Detenerse antes de gritar, respirar profundamente y pensar en formas alternativas de expresar el mensaje.
- Gestión del estrés: Reducir los niveles de estrés acumulado para evitar explotar en situaciones difíciles.
- Responsabilidad personal: Reconocer que perder el control es una elección personal y no culpa de los demás.
Como señala la psicología, los gritos no enseñan, sino que bloquean el pensamiento, generan miedo y promueven conductas violentas. Buscar formas de comunicación más respetuosas y efectivas no solo fortalece la relación entre padres e hijos, sino que también asegura un desarrollo emocional más saludable para niñas y niños.
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