Main logo

México: ceftriaxona para el catarro.

No se requiere ser médico para entender esta tragicomedia

Escrito en LÍDERES DE LA SALUD el

Hacia finales del Siglo XX llegaron a México las “cefalosporinas de tercera generación”; los médicos de mi generación fuimos testigos de la revolución que desataron en los hospitales, pues permitían el manejo de infecciones severas por bacilos resistentes para los cuales teníamos antibióticos escasos y generalmente tóxicos.

Los nuevos antibióticos, que incluían la ceftriaxona, la cefotaxima y la ceftazidima, fueron una bocanada de aire fresco pues eran fáciles de dosificar y rescataban pacientes con infecciones graves. ¿Quién nos iba a decir que terminarían en inyecciones intramusculares contra el catarro en consultorios de farmacias? Es la historia trágica de los antibióticos en el mundo, y los es con mayor severidad en países sin buena regulación, como México. Sin regulación seguiremos arruinando lo poco que nos queda de los antibióticos, aunque es complejo pues incluye no sólo los abusos de la medicina sino de la veterinaria y la agricultura.

Al concluir el siglo anterior, por su uso y abuso, los nuevos antibióticos fueron de a poco perdiendo su actividad antibacteriana en los hospitales; estas resistencias se generalizaron en la medida en que se usaron también fuera de los hospitales. Las bacterias se armaron de enzimas que eran capaces de romper un anillo orgánico fundamental de los antibióticos, volviéndolos inútiles.

De este modo, en los hospitales empezaron a usarse cada vez más antibióticos de otras generaciones, como los llamados “carbapenémicos”, al tiempo que en la calle perdieron su “sex appeal” las penicilinas y la ampicilina que se había ya usado injustificadamente contra los catarros, que son infecciones por virus; llegamos al absurdo de combinar peniclinas con antigripales en la misma ampolleta intramuscular.

Entonces, en las farmacias y consultorios de primer nivel el atractivo se concentró en la ceftriaxona, que podía recetarse con un aura de mayor potencia que las penicilinas, aunque ya sabemos que siguió siendo la misma prescripción inútil. Sería cómico si no fuera trágico pues hemos querido matar mosquitos a cañonazos; la basura de los consultorios de farmacias va cargada de ampolletas de ceftriaxona que se recetan inútilmente y que solo genera mayores resistencias a los antibióticos.

Hasta el año 2009, cualquiera podía comprar un antibiótico sin receta en México. Las madres los tenían en el botiquín y se recomendaban en corrillos de comadres; la Secretaría de Salud y su brazo regulatorio ordenaron entonces la obligación de presentar la receta médica para la venta. Lo que siguió fue un breve período de relativo mejor control, pero también la proliferación de consultorios anexos a farmacias donde la gente podía seguir teniendo su antibiótico con tan solo exigirlo al médico.

En fin, reducido a una nuez, aquí y ahora el problema de la resistencia a los antibióticos es uno de los mayores de la salud pública; algunas instituciones han desarrollado redes de vigilancia que así los muestran, como la red  PUCRA de la UNAM que cuantifica la gravedad del problema dentro y fuera de los hospitales. La situación requiere acción pronta y coordinada; a pesar de lo que se piensa, las farmacéuticas no están desarrollando multitud de nuevos antibióticos, pues para ellas es más redituable vender medicamentos que se toman toda la vida y no pierden su eficacia. Buenos ejemplos son el Viagra para la impotencia, los medicamentos para la hipertensión o las estatinas para el colesterol.

Esta reseña nos señala no solo la tragedia de los antibióticos sino el fracaso del primer nivel de atención en México y en la mayoría de los países en desarrollo. De ninguna manera negamos el trabajo que en el primer nivel de atención hacen los médicos; los hay muy comprometidos y capaces, pero inmersos en un sistema disfuncional.

Se habla de la carencia de médicos especialistas, pero nada se compara con la urgencia de tener buenos médicos de atención primaria para la detección y el manejo temprano de problemas que puedan resolverse en ese nivel y no saturen las clínicas y hospitales. Tenemos unidades de urgencias saturadas de consultas no urgentes que debían haberse resuelto en el primer nivel pero que han convertido a los niveles superiores en remedios de la  mala organización en la base.

Reconozcamos que ahora los consultorios anexos a farmacias dan una gran proporción de la atención primaria y su desaparición colapsaría las instituciones: debemos incorporarlos al sistema de la salud pública, pero mejor regulados. Reconozcamos también que no solo es cuestión de organización pues tener algo mejor necesariamente cuesta. Tenemos que detener los recortes a los pobres presupuestos de la salud pues tampoco vamos a lograrlo todo con reorganización y regulación: a ningún buen puerto llegaremos si seguimos destacándonos por ser de los países que menos invierten en salud.

Alejandro Macías es académico de la Universidad de Guanajuato, investigador Nacional Nivel 3 de Conacyt y miembro de la Academia Nacional de Medicina en México